viernes, 28 de febrero de 2014

Efectos secundarios de los métodos anticonceptivos hormonales

Hoy, después de charlar un rato con mi hermana, casi me pongo a llorar. Todo ha sido porque le he contado que me he vuelto a resfriar, la segunda vez ya este mes, y me ha contestado: “A mí eso no me pasa nunca, es que por suerte tengo una salud de hierro”. Y yo he pensado para mí: “Claro, la misma que tenía yo antes de tomar la maldita píldora, esa salud de hierro que hemos heredado de nuestros padres y abuelos y que yo, por gilipollas, me he cargado a base de comer pastillas”.

Nadie en mi familia sabe de nuestro Kinderwunsch o, mejor dicho, de nuestro unerfüllter Kinderwunsch. Tampoco nadie sabe que usé anticonceptivos hormonales durante cinco años. Imagino que si lo hubiera comentado con ellos me habría caído una buena bronca (mi familia es poco de medicarse), lástima que no lo hice. Ahora, después de haberlos dejado hace ya casi dos años, tampoco quiero contárselo. Es algo de lo que me arrepiento tanto… Es, digámoslo así, el error más grande que he cometido en mi vida: ni el haber suspendido el carnet de conducir a los dieciocho, ni el haber sacado mala nota en selectividad, ni el enrollarme con el gilipollas de la clase, ni el haber dejado de aprender inglés durante varios años. Nada ha jodido mi vida tanto como los anticonceptivos.

No, no exagero. Para mí no hay nada en el mundo más importante que tener salud. Si se tiene salud, se puede conseguir el resto. Sin salud, de nada te sirve tener amor, dinero, etc. Sin salud, no eres nada.

Yo tenía, como dice mi hermana, una salud de hierro. Y los anticonceptivos acabaron con ella.

Ahora, raro es el mes en que no me pase algo. Lo normal es estar cada dos o tres semanas resfriada y tener un herpes labial como consecuencia de este resfriado. Este año he tenido incluso una reacción alérgica con sarpullido que necesitó un tratamiento de cortisona durante alrededor de cinco semanas, la primera en mi vida. El año pasado, sinusitis (también la primera en mi vida) y tendinitis (de nuevo, a primera en mi vida) en dos pies y en una mano (las tres veces en diferentes épocas del año). Y desde hace unos cuatro o cinco años no sólo soy alérgica a las gramíneas (y los antihistamínicos ya no me hacen efecto) sino que, además, necesito gafas porque se me ha empeorado el astigmatismo. Sé que me dejo algo, pero ahora misma prefiero no hacer memoria para no deprimirme aún más.

Así que, bueno, voy a hacer una lista de los efectos secundarios de los anticonceptivos hormonales que yo tuve (y, por desgracia, sigo teniendo) y estaría genial que vosotras me contarais cuáles tuvisteis vosotras y qué método anticonceptivo usasteis. Yo, como ya os dije, tomé tres años Yasminelle y dos años usé Nuvaring. Los ginecólogos suelen negar que mis síntomas sean consecuencia del uso de los anticonceptivos, pero ya os he contado lo que pienso sobre ellos.

Ahí va mi lista (según se me van ocurriendo y no por orden de aparición, como en las películas):

- cansancio
- apatía y pereza, incluso para hacer cosas que antes me encantaban
- aburrimiento
- problemas del sistema inmunológico: ganglios debajo de la mandíbula frecuentemente inflamados, resfriados habituales, continuo dolor de garganta, alergia a las gramíneas, herpes labial frecuente, sinusitis, reacciones alérgicas por intolerancia alimenticia…
- falta absoluta de libido (sabía que se me olvidaba algo antes que me deprimiría aún más al recordarlo)
- manchado de dos o tres días antes del sangrado menstrual, que me dura sólo uno o dos días (esto, que es superimportante, se me había olvidado también)
- ciclos irregulares (entre 23 y 31 días, aunque parece que muchos médicos no consideran estos ciclos irregulares)
- sequedad vaginal (y casi podría jurar que mi vagina es más estrecha que antes)
- menor tamaño de los pechos (antes tenía copa B ahora necesito una copa A)
- problemas de visión: necesario uso de gafas desde hace cuatro años
- tendinitis en una mano y en los dos pies, no a la vez, sino a lo largo del último año
- empeoramiento de las varices
- granos subcutáneos detrás de las orejas, muy dolorosos, y muy frecuentemente
- sudoración y mal olor de las axilas incluso sin ejercicio físico
- menos vello en piernas, brazos, bigote (algo bueno tenía que tener)
- verruguitas en el cuello (muchas pero casi invisibles)

Si habéis visto el reportaje de ARTE que os comenté, sabréis que puedo estar contenta de que esta lista de efectos secundarios se quede aquí y de que no que me haya quedado en el camino como muchas mujeres de todas partes del mundo que no han vivido para contarlo.

Tomar anticonceptivos hormonales no es moco de pavo y entre todas deberíamos luchar para que los ginecólogos no encubran a las farmacéuticas y para que ofrezcan más información a este respecto. Quiero creer que no habría tomado la píldora ni usado el Nuvaring si mi ginecóloga me hubiera advertido del grave peligro que corría con ellos. En lugar de esto, me dijo que los efectos secundarios de los que se informaba en el prospecto eran sólo casos extremos y que servían sobre todo para proteger jurídicamente a las farmacéuticas en el caso de que se presentaran estos síntomas.

Por eso, repito: todas las que hemos sufrido o seguimos sufriendo los efectos secundarios de los métodos anticonceptivos deberíamos luchar para que hubiera más información al respecto y para que en el futuro nuestras hijas no sean engañadas como lo hemos sido nosotras.  

Y para ello lanzo las siguientes preguntas:

¿Habéis tenido vosotras alguno de los síntomas que aquí os he descrito?
¿Habéis tenido otros diferentes?
¿Desaparecieron los síntomas al dejar los métodos anticonceptivos o continuaron después de dejarlos?

Espero, de corazón, que todas os recuperéis pronto de esta pesadilla y que pronto podamos “reírnos” de lo que nos pasó.

viernes, 21 de febrero de 2014

Dos ciclos de Clomifen + Progestan

Cuando en octubre de 2013 conocí a mi nueva ginecóloga, muy optimista ella, me recetó Clomifen y Progestan. Según ella, muchas mujeres que llevan mucho tiempo intentándolo se quedan embarazadas rápidamente con este tratamiento. Lástima que justo al salir de la consulta tuviera la reacción alérgica por la que tuve que retrasar el tratamiento, ya que tuve que tomar cortisona durante unas cinco semanas y parecía que la cortisona y el Clomifen eran incompatibles. Bueno, en realidad lo que pasaba era que el Clomifen tenía como posible efecto secundario reacciones alérgicas y, en caso de que me diera otra vez una, sería difícil saber si se debía al Clomifen o a que la primera que tuve en octubre no se había ido todavía.

Fue en enero (y no en diciembre porque me tocaba ovular en Navidad justo cuando la consulta estaba cerrada, ¡qué típico!) cuando por fin pude empezar con ese tratamiento mágico con el que me iba a quedar embarazada rapidísimo, ya que las estadísticas son superpositivas: el 80% de las mujeres se quedan en los tres primeros meses.

El Clomifen tenía que tomarlo una vez al día entre los días 4 y 8 del ciclo. Cinco días en total. El Progestan, entre los días 14 y 26 del ciclo, 13 días en total. Además, entre los días 11 y 13 tenía que volver a la consulta para hacerme una Ultraschall.

El Clomifen, por cierto, es el nombre con el que se comercializa el citrato de clomifeno, un medicamento que, indirectamente y siguiendo un proceso que desconozco (nunca fui buena en química), induce las hormonas FSH y LH que, a su vez, provocan la ovulación.

El Progestan no es otra cosa que progesterona. Se consigue, sobre todo, de la raíz de ñame o discorea y parece que es idéntica a la progesterona humana. Ésta es necesaria para la implantación del embrión y una cantidad baja de ésta es la causa de un gran número de abortos espontáneos.

El primer ciclo no funcionó.

El segundo tuve que cruzar los dedos para que no me tocara ovular en la semana en que yo estaba de vacaciones en España. Tuve suerte, ovulé justo unos días después de volver y pude hacerme la Ultraschall el día 13 del ciclo. Bueno, lo de la buena suerte se acabó nada más dejarme meter el “palo” por ahí: “El endometrio está bastante pequeño para que pueda producirse la implantación. Vamos a suspender el tratamiento de Clomifen porque en estas circunstancias es tirar el dinero y perder el tiempo”.

Menos mal que desde que conocí a la Frau B. supe que su optimismo era eso, optimismo, y, que por muchas historias que me contara, yo debía permanecer con los pies en el suelo para no pegarme una hostia cada vez que me bajara la regla. Así que mi reacción fue la de siempre: “Lo sabía”. Creo que hasta a ella le molestó darse cuenta de que había sido demasiado optimista conmigo, pero reaccionó bastante bien, dándome una Überweisung para el Kinderwunschzentrum.

Resumiendo, el Clomifen parece ser uno de los métodos más utilizados para ayudar a las parejas a tener hijos. En algunos casos es tan efectiva que muchas mujeres han tenido embarazos múltiples. Se dice que los sextillizos de Huelva son resultado de un tratamiento con Clomifen. Sin embargo, parece que en mí tuvo el efecto contrario al deseado porque lo de que el endometrio no crezca puede deberse a que el Clomifen provoca una falta de estrógenos, o eso es lo que creo que me dijeron en el KiWuZe al que he ido esta última vez.

Otros síntomas, por suerte, no he tenido. Ni reacción alérgica, ni dolor de cabeza, ni mareos, ni problemas intestinales, ni de visión, ni sofocos o sudores, ni, ni, ni… “Null, nada, niente”, que dicen por aquí.

Así que ya veis, el Clomifen es el tratamiento preñil por excelencia, pero conmigo la maternidad sigue haciéndose “de rogar”.

¿Alguna de vosotras ha tomado Clomifen? ¿Queréis contarnos vuestra experiencia?

viernes, 14 de febrero de 2014

¿Por qué cambié de ginecólogo?

Como ya os he contado, un día me di cuenta de que había cambiado. Pasé de ser una persona alegre y, se puede decir, fiestera, a ser la persona más aburrida del mundo. Para mí, lo más importante antes de tomar anticonceptivos era el amor (con o sin sexo), la amistad, la música… Me encantaba quedar con amigos, conocer gente, coquetear con chicos, besarme con ellos, hablar por teléfono horas y horas con mis amigas, poner la música a toda leche y cantar y bailar, ir a conciertos, al cine, de tiendas… pero ahora me da pereza todo, me cuesta coger el teléfono y llamar a mis mejores amigos (aunque pienso mucho en ellos), ya casi no escucho música (a veces incluso me molesta), ya no recuerdo la última vez que cogí la letra de alguna canción y me puse a cantar y a bailar como una loca, las compras las hago por internet y del sexo mejor ni hablemos.

Y fue por eso por lo que un día, en enero de 2012, medio año después de haber dejado los anticonceptivos (el Nuvaring, para ser exactos), me planté en la consulta de la Doctora O. y le hablé de mis problemas: que si mi libido no volvía, que si seguía apática y cansada todo el día… Y ella me respondió: “¿Está segura de que aún le gusta su marido? Yo creo que usted tiene un problema psicológico porque esto no puede ser por los anticonceptivos […] Si quiere le doy un volante para el psicólogo”.

Esa respuesta me cayó como un jarro de agua fría. ¡Debí de poner una cara…! Noté que me hervía la sangre, que me daban ganas de coger a la buena mujer y decirle que era ella la que tenía un problema psicológico. Lo peor es que hacía poco había leído un artículo sobre el efecto de la píldora en la libido y sabía que yo no tenía ningún problema psicológico sino que sufría las consecuencias de haberla tomado. Por eso, mientras la escuchaba  no podía dejar de pensar en el complot que tienen montado las farmacéuticas con los ginecólogos de este país para sacarle el dinero a miles (o millones) de mujeres sin importarles que éstas sufran dolencias por su culpa o que, en casos más graves, algunas incluso mueran. El artículo se llama “Beeinflusst die Pille die Lust auf Sex?” y podéis leerlo (en alemán, claro) aquí.

Lo de las muertes provocadas por la píldora lo vi en un reportaje de la cadena de televisión francesa ARTE. Podéis verlo (también en alemán) en su videoteca pinchando en este link.

En uno de los miles de foros que he leído en los últimos meses encontré la explicación de por qué los ginecólogos niegan rotundamente que la píldora u otros anticonceptivos hormonales tengan efectos secundarios graves sobre la salud de las mujeres que los usan. Decía que cada vez que vas a la consulta del ginecólogo, ya sea para una revisión o para que te dé la receta del anticonceptivo, la Krankenkasse le tiene que pagar. Si las mujeres no usamos anticonceptivos, sólo vamos a la consulta una vez al año, ya que es una vez al año cuando tenemos que hacernos la prueba del cáncer de útero. En caso de que estemos tomado anticonceptivos, nos pasamos por allí mínimo dos veces al año (si tenemos una receta para seis meses) y hasta cuatro veces (si nos dan receta para tres meses). Por este motivo, los ginecólogos están encantados de tener pacientes que toman anticonceptivos: cuantas más mujeres los tomen, más a menudo tendrán que ir éstas a sus consultas y más recibirán ellos de la Krankenkasse. Tiene su lógica, ¿no? Leer esta explicación es lo que me hizo perder toda la confianza que tenía puesta en mi ginecóloga y es lo que me quitó las ganas de volver a verla.

Para la búsqueda de una nueva ginecóloga utilicé www.jameda.de, una web que facilita la búsqueda de médicos según su especialidad, la localidad en la que se encuentra su consulta y, lo más interesante, la nota que les han puesto sus pacientes. Los criterios de estas valoraciones son, por ejemplo, el tiempo de espera desde que se llama para pedir cita hasta que te la dan, el tiempo de espera en la consulta, el trato del paciente por parte del médico, el nivel de confianza que inspira éste, en qué estado se encuentra la consulta (limpieza, mobiliario, etc.) y un montón de cosas más. Yo utilizo esta web a menudo, o mejor dicho, cada vez que tengo que ir a un especialista nuevo, y fue aquí donde encontré a mi nueva ginecóloga, pero sobre ella ya os hablaré en otro momento.

También con esta web encontré a mi nueva médica de cabecera, a la que busqué como una loca después de tener con mi anterior médica una experiencia similar a la que os he contado sobre la Doctora O.

Resulta que a finales de 2012 tuve (de nuevo) una época en la que me sentía muy débil y al contárselo, mi médica de cabecera decidió hacerme análisis de sangre. El hierro estaba perfectamente, casi todo lo demás, también. Lo único que le llamó la atención fue que había un valor (¿se dice “Wert” en español “valor”?) del hígado un poco más alto, la transaminasa hepática GOT. No se le ocurrió otra cosa que decirme, sin pensar en suavizarlo un poco para no darme un susto de muerte, que lo más seguro era que fuera hepatitis, y que había que llamar al laboratorio para que lo confirmaran con la sangre, mi sangre, que todavía se encontraba en su poder. Me fui a casa, como he dicho, con un susto de muerte, y tuve tan sólo que esperar unas horas (¿o unos días? no recuerdo) hasta que me llamó y me dijo: “Pues no, el test de hepatitis ha dado negativo, así que ahora sólo queda confirmar que no sea SIDA”. Wie bitte?????? Spinnen Sie????? Volvió a llamar al laboratorio y poco después me confirmaron que tampoco era seropositiva. Fue un alivio, claro, saber que no tenía ninguna enfermedad grave pero fue también un episodio tan surrealista que me dije: “A esta gilipollas no vuelves”. Ya antes había tenido con ella historias que me habían demostrado que esa mujer no servía más que para dar recetas a los ancianos o para firmar una baja por gripe o resfriado porque siempre que iba a su consulta con algo que no fuera resfriado, me soltaba un “das ist nicht mein Bereich, gehen Sie doch zum X”. Me harté.

En diciembre de ese mismo año 2012, encontré mi nuevo médico de cabecera, que por casualidad volvió a tratarse de una mujer, y le hablé del valor GOT que me había salido alto. Su primera pregunta, muy acertada, por cierto, fue: “¿Toma usted la píldora?” “Pues mire usted, no, ya no la tomo, pero sí la tomé durante tres años hasta que cambié al anillo vaginal, método anticonceptivo también hormonal, que dejé en julio”. “Pues no se preocupe porque es algo normal que ese valor suba cuando se toman anticonceptivos hormonales”. De hepatitis y SIDA war nie die Rede, me hizo nuevos análisis de todo y casi todo salió perfecto. Lo único que salió un poco bajo fue la vitamina D, cosa que no me extraña porque… ¡vaya invierno de mierda hizo ese año! ¡Desde septiembre hasta mayo se puso una nube negra encima de Alemania y no dejó pasar ni un rayo de sol! Empecé a tomar la vitamina D y, poco a poco, me empecé a sentir mejor, aunque, de alguna manera, todavía no soy la que deseo volver a ser. ¿Volveré a serlo algún día? Sólo el tiempo lo dirá.

viernes, 7 de febrero de 2014

Hace casi siete años…

… me enamoré del que ahora es mi marido.

Como es habitual en Alemania, poco después de empezar nuestra relación, mi marido, que entonces era mi novio, me pidió que fuera al ginecólogo para que me recetara la píldora. La verdad es que ahora no sé por qué le hice caso, creo que porque apenas me había informado sobre los efectos secundarios y porque sabía que en Alemania casi todas las mujeres la tomaban, así que seguramente pensé que no había por qué preocuparse. Craso error. Ya os contaré por qué.

Como en Alemania se puede elegir el médico que se quiera, siempre y cuando el médico acepte todo tipo de pacientes (privados y “gesetzlich”, o sea, algo así como estatales), pregunté a mis amigas españolas a qué ginecólogo iban y me recomendaron al suyo, que era una mujer. Llamé por teléfono, concerté una cita y allí que me planté con un “¿me podría recetar la píldora?”. Aunque era la primera vez en su vida que me veía, la Doctora O. me contestó con un “aber klar doch” y me extendió la receta sin rechistar. Lo único que me preguntó fue si fumaba y si tenía antecedentes de trombosis en mi familia. En ningún momento me propuso hacerme análisis de sangre ni me dio una charla sobre planificación familiar. “¡Qué suerte!”, pensé yo en ese momento. ¡Pobre de mí, qué equivocada estaba! Ya os contaré por qué.

Pocos días tuve que esperar hasta que me bajara la siguiente regla y pudiera tomarme la primera pastillita. Supongo que al principio sólo le vería ventajas: siempre sabía el momento exacto en que me bajaría la regla (incluso podía, si quería, que no fue el caso, adelantarla o atrasarla) y podíamos tener todo el sexo del mundo sin miedo a quedarme embarazada sin desearlo. Pero luego todo cambió.

No sé cuándo fue exactamente, sólo sé que un día me di cuenta de que cada vez me apetecía menos acostarme con mi chico (y en general con cualquiera, incluso conmigo misma, ya me entendéis) y volví a la Doctora O. Le dije que tenía problemas con la libido y que me sentía siempre cansada y apática y me recomendó dejar la píldora y pasar al anillo vaginal, el Nuvaring. Si pensáis que con este cambio mejoró algo, estáis más que equivocadas. Bueno, sí, algo sí mejoró, pues ya no tenía que pensar cada día en tomarme la dichosa pastillita, con el Nuvaring sólo tenía que pensar dos veces cada ciclo: el día 1 y el 21, y eso era bastante práctico. Siempre y cuando no… bueno, eso ya os lo contaré en otro momento, que ahora no tiene tanta importancia.

Dos años más tarde,  me lo quité (para siempre, lo juro) con la intención de procrear y con la esperanza de quedarme embarazada a la primera, como cuentan tantas en los típicos foros para mujeres (desesperadas). No fue nuestro caso. Ni a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera (aunque se diga que va la vencida), de hecho, ni a la vigésima tercera… Sí, llevo ya algo más de año y medio intentándolo, exactamente 23 ciclos de esperanzas, decepciones, angustias, tristezas, frustraciones… y un sinfín de sustantivos negativos que prefiero que se me queden en la punta de la lengua (en este caso, en la punta de los dedos).

Ahora, como os he dicho en mi presentación, estoy de nuevo al principio del camino, con las energías renovadas y llena de esperanza. Contando los días para las nuevas pruebas que me van a hacer. Deseosa de contaros que hay un remedio para nuestra infertilidad y que el tratamiento nos será de gran ayuda. Deseadme, por favor, mucha “mierda”.