viernes, 11 de diciembre de 2015

Cerrado por milagro

Antes de nada quiero pediros disculpas por haberos dicho que volvería en septiembre y no hacerlo. En realidad, nunca pensé que nadie fuera a echarme de menos y ver los comentarios que habéis escrito en las últimas semanas me ha hecho mucha pero que mucha ilusión. ¡Muchísimas gracias!

Llevo semanas pensando qué hacer con el blog: dejar de escribir completamente, cerrarlo y abrir uno nuevo, continuar como si nada hubiese pasado…

La verdad es que no sé por qué pero lo cierto es que se me han quitado las ganas de escribir. No sé si serán las hormonas, si será el miedo a hacerle daño a alguna de mis lectoras o si lo que siento quiero guardármelo para mí, pero aunque ya he hecho el amago de ponerme a escribir varias veces, no he conseguido que nada digno de publicarse salga de mis teclas.

Y es que en las últimas semanas ha pasado algo con lo que yo ya no contaba…

Como sabéis, me fui de vacaciones en agosto con la intención de superar el duro golpe de la fracasada FIV. Necesitaba un descanso infértil, dejar de pensar en clínicas de reproducción asistida, dejar de leer y escribir sobre el tema y, sobre todo, coger fuerzas para el próximo intento que sería a mediados de septiembre en una clínica de otro país.

Me fui.

Intenté disfrutar todo lo posible de todo lo que echo de menos siempre aquí: la familia, los amigos, el clima, la comida… Y cuando se acabaron las vacaciones y llegó el momento de ponerse en contacto con la clínica para empezar con la medicación…


No me lo podía creer.

Todo el tiempo resonaban en mi cabeza las palabras que mi ginecólogo me dijo la última vez que lo vi en julio: “Váyase de vacaciones y vuelva embarazada”.

O las palabras de tantas que no tienen ni idea de cuánto sufre una infértil cuando se lo dicen: “Ya verás cómo en cuanto te relajes y dejes de pensar en ello te quedas embarazada”

Y las otras “Pues yo conozco a una que se quedó embarazada justo el ciclo que iba a empezar en una clínica de reproducción”.

Y no podía, NI QUERÍA, creer que esto me hubiera pasado a mí. Me sentía como una traidora.

Estas cosas no les pasan a las infértiles.

Como el test de embarazo que me había hecho llevaba más de un año caducado pensé que era una jugarreta del destino, que el segundo que me hiciera me daría negativo y me pegaría la hostia del siglo, pero cuando el test de ovulación reaccionó al milisegundo de introducirlo en el vaso de la orina empecé a ponerme nerviosa. Me fui a la droguería y me compré dos o tres test de embarazo más pero sólo hizo falta uno más y una llamada al ginecólogo para que decidiera no hacerme ningún test más:

“Señora Cigüeña Blanca, no hay falsos positivos, si el test de embarazo le ha dado positivo, está embarazada sin duda”.

Una semana más tarde fui a su consulta y pude ver el saco vitelino. Otra semana después, su corazón.

Ni siquiera cuando las náuseas hicieron su aparición para quedarse pude creérmelo.

Y aunque ya he visto a mi bebé bailando dentro de mí varias veces, todavía tengo que pellizcarme para saber que no estoy soñando.

Mi ginecólogo se empeña en hacerme creer que ha sido simple casualidad pero yo ya no creo en casualidades, ni en supersticiones, ni en Murphy, ni en que este verano estuviera más relajada que los veranos anteriores.

Para mí la única explicación es que al final sí había algo que no estaba del todo bien con mi tiroides y que las pastillas de levotiroxina que llevo tomando desde junio han surtido efecto tan sólo dos meses después.

Rabia me da pensar que si los médicos me hubieran hecho caso desde el principio me podría haber ahorrado los tres años de sufrimiento infértil, pero la verdad es que ahora sólo intento mirar hacia adelante y dejar todos estos sentimientos negativos a un lado.

Ahora lo único que me importa es mi bebé.

Estoy de 17 semanas y feliz de habéroslo podido contar por fin.

Un abrazo y hasta siempre.