Por fin llegó el día de ir a la
Heilpraktikerin cuyo método de curación es, según dice ella, la biorresonancia. Y digo “por fin” porque ya estaba deseando quitármelo de encima. Cuando hice la cita quería que llegara ese momento ya, pero para cuando llegó, dos meses después, mi motivación ya se había ido casi por completo. Y cuando esto me pasa, no es buena señal, significa que he dejado de “creer” que me ayudará, pero bueno, gracias a esto, tampoco fui muy nerviosa.
Llegué bastante puntual y cuando entré a la consulta, me sorprendió que ni siquiera estuviera la recepcionista. Después me enteré de que por las tardes la
Heilpraktikerin está sola en la consulta y fue por eso por lo que me recibió ella misma unos diez minutos después.
Mi primera impresión fue que todo era bastante antiguo, como de los años 70: el edificio, la consulta, los muebles, la decoración… ¡hasta ella me pareció antigua! Y es que debía de rondar los 70 años como poco.
Vestida completamente de blanco, color a juego con su pelo, con la cara totalmente arrugada (pero de gesto amable) y bastante
locker, me llevó a su despacho, donde debió de dar por hecho que yo ya conocía su método porque apenas me explicó qué íbamos a hacer.
Sólo me hizo algunas preguntas sobre las molestias que me llevaban hasta allí. Cansancio, apatía, falta de deseo sexual, alergias, enfermedades múltiples desde que empecé a tomar la píldora… De todo un poco le conté.
Ya en este momento me pregunté por qué coño tenía yo que contarle qué me pasaba. ¿No podía su máquina maravillosa adivinarlo? Pero, bueno, ya era demasiado tarde para salir por patas así que fingí que estaba interesadísima en saber cómo iba a curarme de todo aquello.
Y por fin llegó el momento de conocer el invento. Me llevó a otra habitación (todavía más setentera que la anterior) y me explicó muy por encima cómo funcionaba el cacharro.
Se trata de un aparato que recuerda a un antiguo equipo de música, sólo que con más botones y sin lugar para meter los cassettes. De éste salen un montón de cables que bien podrían ser la clavija de unos auriculares pero que en vez de conectarse a un reproductor de mp3, se conectan a una especie de cilindros y bolas de un material que podría ser latón. Los cilindros sirven, se supone, para diagnosticar tu enfermedad mientras que las bolas sirven para curarla.
Otros cables, también terminados en una especie de clavija son los que se utilizan para buscar el lugar donde tiene lugar la enfermedad: el hígado, la vesícula, el corazón, y mínimo 17 partes del cuerpo más. Y digo 17 más porque con esas clavijas no es que te toque directamente en los órganos sino que (como en muchas otras técnicas de curación y charlatanería) busca tu enfermedad en los dedos de las manos y de los pies (20 en total, ¿no?).
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Y empezó el show.
Mientras yo sujetaba uno de los cilindros con la mano derecha, ella acercaba la clavija a cada uno de los dedos de mi mano izquierda y esperaba la reacción de la máquina. Después, al contrario, yo sujetaba el cilindro con la mano izquierda y ella acercaba la clavija a los dedos de mi mano derecha.
Para haceros una idea mejor, podéis ver esta fotografía:
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Como podéis ver, la máquina, además de botones, tiene a la derecha un medidor circular con una aguja. Pues ésta sube o baja, según la intensidad de las ondas electromagnéticas que emitan mis órganos. Si se mantiene la aguja por debajo de 70, todo está bien. Sin embargo, a partir de 70 la máquina empieza a pitar y, según ella, eso significa que la enfermedad está en el órgano al que corresponde ese dedo. No sé si me explico.
La verdad es que a mí todo el rollo me recordaba un poco al juego “Conector”, ése de preguntas con diferentes respuestas y que si pinchabas en la respuesta correcta se iluminaba la bombilla. Pues igual.
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Ya no recuerdo en qué dedo pitó la máquina ni a qué órgano me dijo que se correspondía porque lo que vino después me interesó muchísimo más. Y es que ahora lo que tocaba era descubrir qué era lo que causaba la molestia.
En la foto también podéis ver que encima de la máquina hay una especie de lapicereros con tapa, también de latón, que también están conectados por cables a la máquina. En éstos se coloca una especie de ampollas rellenas de algo que puede ser la causa de la enfermedad y se vuelve a acercar la clavija al dedo que había hecho pitar a la máquina.
Me preguntó qué alimentos había consumido aquel día y cogió las ampollas rellenas de esos alimentos (o sin rellenar pero con una etiqueta que llevaba ese nombre) para ver si era eso lo que provocaba mi malestar.
“¿Café? Por debajo de 70. ¡Bien!”
“¿Pan? Por debajo de 70. ¡Fantástico!”
“¿Lactosa? Pííííííííííííííí ¡Mogollón!”
“Uy, señora Cigüeña Blanca, me temo que su problema es que tiene una intolerancia a la lactosa pero no se preocupe porque por el módico precio de 35€ se la curo en menos de 10 minutos. ¿Quiere que lo haga?”
Y yo, que debía de estar bajo el efecto de alguna droga muy muy rara, dije que sí.
Y el show continuó.
Me hizo sujetar las bolas de latón (también con cables) con las dos manos y poner los pies en una especie de placas (sí, lo adivinasteis, también de latón) y pulsó unos botones en la máquina para que empezara la cuenta atrás. Cuando el contador llegara a cero, ¡estaría curada!
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La cuenta atrás terminó e hizo la prueba que demostraría que todos mis males se iban a acabar esa misma tarde. Me dio otra vez un cilindro, puso la clavija esa de antes en el dedo con el que la máquina había pitado y… Píííííííííííí
“Uy, señora Cigüeña Blanca, me temo que hay un error. Yo ya la he curado, así que no debería volver a pitar”.
Y lo intentó de nuevo: Píííííííííííí
“Uy, señora Cigüeña Blanca, no sé qué pasa”.
Empezó a tocar más botones (supongo que apagaría lo que hacía sonar la máquina, jajajaja) y al volverlo a intentar la máquina ya no pitó.
“Ay, sí, señora Cigüeña Blanca, ahora sí va a sentirse mejor desde hoy mismo”.
Aun así, se levantó, se puso detrás de mí y, no, no me estranguló, sólo me tocó la columna vertebral a la altura del cuello y me dijo que tenía una vértebra fuera de su sitio pero que ella (supongo que también por un módico precio) podía colocármela de nuevo. Y se supone que lo hizo.
Después de toda la parafernalia, me advirtió de los posibles efectos secundarios que podría sentir a lo largo de la tarde y se despidió de mí no sin antes decirme que la factura me llegaría a finales del trimestre.
Salí de allí aliviada. No porque creyera lo que la mujer me había contado sino porque la experiencia no había sido tan traumática como me esperaba. Y además, aunque ahora mismo ya no me lo puedo creer, os juro que el dolor de cuello contra el que llevo meses luchando, de repente, esa tarde desapareció. ¡Me había curado, jajaja!
Sin embargo, decidí no tomar ninguna decisión inmediatamente. Por un lado, mi opinión en contra de los
Heilpraktiker siempre ha sido muy radical, al igual que la de la mayoría de los españoles pero, por otro lado, los alemanes creen tanto en estas cosas… No quería dejarme llevar por ninguna de las opiniones que escuchaba cuando sacaba el tema, quería analizar en tranquilidad lo que había vivido en esa consulta y sacar mis propias conclusiones.
Aun así no me fui directamente a casa a cavilar, sino que quedé con mi marido en el centro para ir de compras y cenar. En el
Kneipe le conté lo vivido y nos echamos unas risas. Tomamos unas cervecitas y volvimos a casa.
Y no sé qué me pasó después, me sentía tan despierta, tan activa, tan… tan… excitada… que cogí a mi marido sin preaviso, lo desnudé completamente y, por primera vez en mucho tiempo, echamos el polvo del siglo. Me gustó, me gustó como hacía muchísimo tiempo que no me gustaba. Y aunque esa misma tarde me había hecho un test de ovulación y había salido positivo, lo que menos me importaba en ese momento era si me quedaría o no embarazada ese ciclo. Sólo me importaba recuperar el placer que durante tantos años había perdido.
Al día siguiente me levanté con dolor de culo, jajaja. Y sí, el cuello también me dolía. ¡En realidad me dolía todo el cuerpo! ¿Sería el mambo de la noche anterior o serían los efectos secundarios de los que me había hablado la
Heilpraktikerin?
Y en el tren al trabajo empecé a hacerme
Gedanken:
- Está demostrado que el placebo ayuda si el paciente cree que le ayuda, así que sólo tengo que creer. ¿Y si lo de ayer fue realmente debido a la energía que me pasó el aparato ese? ¿Y si aunque yo no crea me ayuda? Y el efecto placebo se apoderó de mí.
- ¿Y si el polvazo de ayer será el “definitivo” y este mes me quedo embarazada? ¡Sólo tengo que creer!
Pero una hora más tarde llegué al trabajo y, qué casualidad, la primera persona con la que me encontré fue la compañera que me había recomendado a la
Heilpraktikerin y la biorresonancia. Y cuando me preguntó qué tal me había ido, desperté del
Rausch y le fui sincera:
“Bueno, supongo que si creyera en ello, me ayudaría, como cualquier placebo, pero como no me lo creo, supongo que tendré que seguir sufriendo mis molestias hasta que encuentre una mejor solución”.
Y entonces otro montón de
Gedanken se hicieron cada vez más presentes en mí:
- La biorresonancia es un placebo y, según crean o no en sus efectos, a muchas personas les ayuda y a muchas otras no.
- Si sólo es un placebo y lo saben, ¿por qué elegir una máquina tan surrealista en vez de dar un placebo en pastillas (como los
glóbulis) en el que muchas más personas creerán? Si en vez de esta máquina, eligieran las pastillas, tendrían que cobrar menos, por lo que ganarían menos o… ¿ganarían más porque al ser más barato iría más gente?
- ¿De verdad es más barato? Creo que la
Heilpraktikerin de las
hormonas bioidénticas me cobró más o menos lo mismo sólo por el
Erstgespräch. Con la biorresonancia me incluía en el precio todo el diagnóstico. ¡Vaya, estoy de suerte!
- La biorresonancia cura pero… sólo enfermedades que no se tienen.
- ¿Intolerancia a la lactosa? Jajajaja, vale, es verdad que la leche no es mi bebida favorita y que odio beberla caliente, pero de ahí a que sea la causa de todo…
- ¿Una vértebra fuera de su sitio? ¡Vamos, anda! ¿Y por qué ni mi traumatólogo, ni mi fisio se han dado cuenta hasta ahora ni se ve en las radiografías que me hicieron hace unos meses?
- Lo dicho, la biorresonancia sólo diagnostica enfermedades que no tienes porque sólo de éstas te puede curar. Estoy segura de que si me hago un test de lactosa me dará negativo. Yo sé que lo será porque nunca he tenido intolerancia a la lactosa, pero alguien que crea en estas cosas pensará que la biorresonancia lo ha curado, ¿no?
- ¿Y qué pasa con mi
Heuschnupfen? ¿Cómo es posible que llegara moqueando a la consulta y no le diera por pensar a la
Heilpraktikerin que tengo alergia al polen? ¿Por qué deja de hacer el test en cuanto la primera cosa da positivo? ¿Por qué no sigue metiendo en la máquina ampollitas con otros nombres para que encuentre otras causas? ¡Está claro, del
Heuschnupfen no habría podido curarme!
- Y lo que más me llama la atención: ¿Cómo es posible que en Alemania haya tantísima gente que cree tan ciegamente en todos estos métodos? Y sobre todo, ¿cómo no les da vergüenza reconocerlo públicamente? Se trata en muchos casos de los llamados (en Alemania) “académicos”, es decir, personas con formación universitaria y empleos de muchísima responsabilidad. ¿Cómo son capaces de gastar tanto dinero en estas cosas y no quererse darse cuenta de que les están tomando el pelo?
- ¿Cómo después de esta experiencia surrealista podré volver a mirarle a la cara a la compañera de trabajo que me lo recomendó (y me juró que tanto a ella como a sus hijos les ha curado alergias múltiples) y no pensar que estoy hablando con una “colgada”? ¿Cómo volver a creer en el prestigio de los médicos de cabecera aun sabiendo que los hay (como su marido) que también usan este método engañabobos en sus consultas?
Pues ni idea.
La verdad, decepcionada no estoy en absoluto porque nunca he creído que el método en sí pudiera funcionar. Sin embargo, una parte de mí sí deseaba que el efecto placebo funcionara y que empezara a sentirme mejor. Incluso una pequeñísima parte dentro de mí tenía una pequeñísima esperanza de que el embarazo se produjera este ciclo (después de lo bien que me lo pasé el día que ovulé pero, no, no ha sido así.
Con la llegada de la regla, se ha ido la esperanza de que algún aprendiz de Carlos Jesús me pueda ayudar. Pero aún queda la esperanza de que la in vitro a la que nos vamos a someter el próximo ciclo funcione por fin.
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Ya os iré contando.