Hacía ya muchísimo tiempo que quería escribir esta entrada
pero por algún motivo he sido incapaz de hacerlo hasta ahora. Supongo que al
principio pensar en ello me causaba mucho dolor, después entré en la fase veraniega en la que preferí ignorar el tema
y ahora… Ahora no sé si lo recuerdo suficientemente bien como para contar con
todo detalle lo que pasó en la consulta del endocrino. Pero lo voy a intentar.
Allá por abril de este año, cansada de visitas varias a diferentes
ginecólogos y KiWuZe, decidí que era el momento de pedir cita para ver a un
endocrino. Conozco a varias personas que han ido en España a uno y siempre han
salido contentas, así que pensé que ir a uno aquí sería un éxito seguro.
El primer problema con el que me encontré fue que en esta
ciudad sólo hay dos clínicas de endocrinología y desde que llamas para pedir
una cita hasta que te la dan es normal que pasen unos meses. En mi caso fueron
tres meses, que se me hicieron eternos.
Pero el gran problema al final no resultaron ser esos tres
meses que tuve que esperar para la dichosa cita, el gran problema fue que la
visita al endocrino fue de lo más frustrante (de nuevo).
Pasé semanas preparando la cita y fotocopiando todos los
resultados que tenía de los análisis clínicos que me había hecho en los dos
últimos años: que si los estrógenos, que si la progesterona, que si la vitamina
D, que si la tiroides… Preparándome psicológicamente para el gran momento que
cambiaría mi vida (¡ja!) y repasando en mi mente el discurso que pensaba
soltarle de carrerilla en cuanto me preguntara “¿qué puedo hacer por usted?”.
Y llegó el día. El gran día.
Me encontré con mi marido en la puerta de la clínica para
subir juntos a la consulta. Cuando entramos, el personal de recepción nos
recibió, con una simpatía inusual en este país, y nos indicó que rellenáramos
un formulario (con datos personales e historias clínicas). “Todo va a salir
bien”, nos dijimos mi marido y yo.
Y entonces, cuando ya llevábamos un rato en la sala de
espera, apareció.
Frau Doktor M. se llamaba. Delgada (en realidad demasiado
delgada para su altura y edad), con el pelo cortísimo y cortado a cepillo (tan
típico de las alemanas de mediana edad), maquillada (a lo ochentero) y vestida
con unos pantalones de pitillo turquesas (demasiado largos para ser piratas y
demasiado cortos para ser normales), su bata de médico por encima y, si no
recuerdo mal, zapatos de tacón.
Todo esto no me molestó en su momento, la verdad, pues soy
de la opinión de que cualquiera puede vestirse, peinarse y maquillarse de la
manera en que le dé la gana y que se puede ser bueno en su trabajo aunque se
vaya hecho un adefesio. Pero reconozco que verla aparecer así, y no sólo por su
apariencia sino también por su forma de moverse, ya me creó una inseguridad que
todavía me arrolla cuando pienso en ella.
Pero no acabó ahí todo. Entonces llegó el momento en que
abrió la boca para llamarme…
“¿Frau Cigüeña Blancaaaaaa?”
… y lo hizo con un tono de voz tan antipático, que según
entró por mis oídos, un sentimiento de “se acabó, todo va a salir mal otra vez”
fue abriéndose paso por todo mi ser, haciendo temblar mis extremidades,
erizando todo el vello de mi cuerpo, haciéndome muy, muy, muy pequeña ante un
ser tan monstruoso.
Fuente: "Ahí te quiero ver", de Rosa María Sardá
“Por aquí”, nos dijo, haciendo a la vez un gesto con las cejas para mostrarnos el camino. Llegamos a su despacho, nos sentamos y… allí estaba yo, en la silla, enfrente de ella, sin poder decir ni una palabra. Llegó la gran pregunta para la que yo había practicado tanto tiempo y, por muchas veces que abriera la boca, por muchas veces que pensara “ahora sí voy a ser capaz de contárselo”, no pude articular palabra. Alles weg!
Entonces mi marido me intentó echar un cable, empezó a
contarle por qué estábamos allí, cuánto tiempo llevábamos intentando quedarnos
embarazados, por cuántos médicos habíamos pasado ya… cuando, de repente, salió
de mi boca la frase de la discordia:
“Estoy harta de que los médicos me echen la culpa a mí
diciéndome que tengo un problema psicológico, nadie me toma en serio”
Y en cuanto lo dije sabía que había metido la pata, que ya
no había vuelta atrás.
El torbellino M. empezó a girar por el despacho, haciendo
volar todos los papeles que estaban sobre su mesa, alborotando mi pelo, que
había peinado tan sólo unos momentos antes para causar buena impresión,
Fuente: "Los otros", de Alejandro Amenábar
y su voz, tronando en mis oídos y dejándome fría como el hielo, me advirtió:
“Si se atreve a decir que yo no tomo a mis pacientes en
serio, hemos terminado, se va usted ahora mismo de aquí y se busca otro
endocrino”.
Y ahí fue cuando me eché a llorar.
“Rebobina, Cigüeña. Recula. Discúlpate y pídele una
oportunidad”. Y así lo hice.
Al final, conseguí expresarme y le hice saber que estaba
harta de que todos los médicos le dieran sólo importancia a un positivo que
nunca llegaba, a una laparoscopia que me negaba a hacer, a una in vitro que yo
veía, de momento, innecesaria. Harta de que a nadie le interesara que mi libido
me hubiera abandonado cuando empecé con la píldora ni que estuviera a punto de
volverme loca por este motivo. No, señora, no es que se me haya ido la libido
porque tengo depresión, es que tengo depresión porque se me ha ido la libido.
¿Cómo es posible que nadie lo entienda?
Y me habría gustado saber que la Frau Doktor M. había
entrado en razón, que por fin alguien entendía mis deseos pero… no fue así.
Lo único que hizo fue darme la razón como a los locos. “¿Que
quiere usted hacerse unos análisis y ver cómo están sus hormonas? ¡Pues se los
hacemos, claro está! ¿Que quiere usted un Ultraschall de su tiroides?
¡Inmediatamente, sin dudarlo!”
En el Ultraschall de la tiroides me vio dos nódulos fríos de
pequeño tamaño y me dijo que no había por qué preocuparse (¿¿¿seguro????) y que
no veía necesario un tratamiento con yodo.
Y tras hacerme los análisis de sangre pertinentes y darme
una cita telefónica para una semana después, me mandó a casa.
Y allá que me fui, eso sí, con la certeza de que nuevamente
había fracasado.
La semana pasó y cogí el teléfono para llamarla y que me
diera los resultados de los análisis. Todavía quedaba en mí una pequeñísima
esperanza de que encontrara alguna hormona descompensada como causa de mi falta
de libido pero… nada, todo en orden.
“¿Y la tiroides?”
“¿Y los estrógenos?”
“¿Y la progesterona?”
“También, in Ordnung”
”Pero la Doctora T. del KiWuZe me dijo en su último email que
algo andaba mal con mi progesterona”
Y, de nuevo, me dio la razón como a los locos.
“¿Que quiere usted progesterona porque cree que la tiene
baja y es por eso que no tiene libido? Pues tome una receta. ¿Que le parece que
una pastillita diaria es demasiado poco y prefiere tomarse dos? ¡Pues tómese
dos, claro está!”.
Y eso es lo que hice. Recogí mi receta y, durante el verano,
cuando supuestamente me iba a tomar un descanso de tanto médico y tanto pensar
en la infertilidad, me tomé dos pastillitas diarias de Utrogest.
¿Que si me ayudaron? Pues claro que no. ¿Pero es que acaso
pensabais que lo haría?
Y cuando después de esos tres ciclos tomando progesterona la
llamé para contarle cómo me había ido, supe que ésa sería la última vez que
hablaba con ella, que no tenía ningún sentido seguir con ella, porque ella
tampoco iba a ser capaz de ayudarme, porque aunque había sido injusta al
prejuzgarla cuando la conocí, al final sí resultaba ser como los demás: “No podemos
hacer más por usted”.
Y ése fue el día en que tomé nuevas decisiones:
2ª) Voy a pedir cita para una laparoscopia.
3ª) Vamos a hacernos una in vitro.
4ª) Voy a tener a mi bebé en el 2015.
De momento, voy por la número uno.
Y ya me gustaría a mí llegar a la número 4 sin pasar por la
2ª y la 3ª.
A ver qué pasa.
Es que hay mucho impresentable suelto...y si pruebas otro endocrino? Espero que el 2015 sea el vuestro! Y ojalá no tengas que pasar el numero 1.
ResponderEliminarLa progesterona, solo la tomaste después d ovular no? Si la tomas todo el ciclo creo que no se ovula
ResponderEliminarAy, esa sensación de sentirse pequeñita delante de los médicos la he tenido varias veces, no sabes cómo comprendo tu frustración.
ResponderEliminarUn abrazo y ya verás cómo el 2015 te trae un precioso bebé.
Ya verás que el camino que parece predregoso tal vez no lo sea tanto. Mucha suerte para esta etapa. Y ojalá te toquen buenas manos, bueno médicos, con humanidad y respeto. Un abrazo.
ResponderEliminarMucho ánimo! espero que hayas encontrado un nuevo médico que te haya puesto en el tratamiento adecuado!
ResponderEliminarTe entiendo perfectamente, yo me he encontrado con cada uno que me ha hecho sentir una mierda.
ResponderEliminarOjalá se cumplan tus planes!!!
Sabes que hacen esos médicos tan desagradables?? hacernos mas fuertes y mas decididas en conseguir nuestros objetivos. A por esos planes! :)
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