¿Cuántas veces habremos dicho esta frase cuando éramos
niñas? “Cuando sea mayor, voy a ser profesora”. “Cuando sea mayor, voy a tener
un marido muy guapo y tres hijos”. “Cuando sea mayor, voy a tener un trabajo
genial y voy a ganar una pasta”. “Cuando sea mayor, voy a vivir en un piso muy
grande en la mejor zona de la ciudad”.
Pues bien, ya soy mayor. Y ahora, en vez de “cuando sea
mayor…”, la frase típica es “cuando tenga hijos…”.
Hace unos años, cuando empecé mi relación con mi ahora
marido, me encantaba soñar con el futuro. Hablábamos a menudo sobre cómo sería
nuestra vida en unos años, sobre dónde nos gustaría vivir, sobre cuántos hijos
tendríamos, sus nombres, su color de ojos o de pelo, sobre la educación que les
daríamos o sobre todas las cosas bonitas que haríamos con ellos.
Me encantaba ir por la calle, ver a algún niño e imaginarme que
mis hijos serían más o menos guapos que él, si llevarían ropa más clásica o más
moderna, que serían más o menos süβ.
Cuando escuchaba en algún sitio un nombre que me gustaba, le
preguntaba a mi marido si podría imaginarse ese nombre para nuestros hijos.
Cuando veía una bici con remolque para niños, me preguntaba
si yo llevaría el remolque detrás o si preferiría gastar más dinero en una bici con
el remolque integrado delante.
Cuando me cruzaba con algún carrito de bebé, me fijaba en la
marca y en los accesorios y decidía si mi bebé tendría un carrito así o si al
final nos decidiríamos por otro.
Y así con todo:
¿nombre compuesto o sólo un nombre?
¿pasaporte español, alemán o ambos?
¿lactancia a demanda o programada?
¿colecho o cada uno en su habitación?
¿le dejaré hablar alemán conmigo o sólo español?
¿religión o ética?
Y un sinfín de cosas más.
Pero ya han pasado años de eso. Y ya son demasiados años
repitiendo la maldita frase: “Cuando tenga hijos…” Y con el paso de los años,
la esperanza de poder cumplir mi sueño de ser madre es cada vez menor.
De poco me sirve seguir soñando, seguir tomando decisiones
sobre lo que haría con ellos, si ellos no quieren llegar.
Sin embargo, parece que la frase se me ha enquistado por
dentro y, aunque sé que lo único que consigo al pronunciarla es hacerme daño,
todavía son muchísimas las ocasiones en las que se me escapa.
A veces incluso el dolor es mayor porque a veces la frase ya
no va sola sino que va acompañada de algo más doloroso aún: “Cuando tengamos
hijos… bueno, si los tenemos, porque a este paso…”
Así que ahora ésta es una de las cosas que me he propuesto
para las próximas semanas: eliminar esta frase de mi vocabulario. Y, poco a
poco, lo voy consiguiendo porque, últimamente, cuando tenemos ganas de hablar
de nuestro futuro, nuestras conversaciones casi terminan antes de empezar:
- ¿Cariño?
- ¿Sííííííííííííí?
- ¿Cuando tengamos…?
- ¿Cuando tengamos qué?
- No, nada, déjalo.
- Como quieras.
Esto ya es un gran avance. Estoy segura de que en un par de
semana lo habré conseguido.
A ver…
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